Noelia Rodríguez es educadora social desde hace 9 años en el Hogar Amigó de Portugalete, un centro de acogimiento residencial para niños y niñas en situación de desprotección, con edades comprendidas entre los 3 y 18 años dependiente de la Diputación de Bizkaia. Hoy, Noelia nos explica en esta entrevista cómo es su día a día en el recurso
El Hogar Amigó es tu casa, es la mía, es el bloque de viviendas que ves un día cualquiera al pasear por tu barrio,… Pero dentro la cosa cambia, allí hay mucho más. Es un espacio lleno de vida, de risas, de gritos, de llantos, de sobresaltos. El Hogar Amigó es un cúmulo de vivencias, emociones y sensaciones que varían día tras día; incluso hora tras hora. Una vez has entrado, ya sea para quedarte o simplemente de visita… algo de él te llevas contigo. El Hogar amigó no deja a nadie indiferente.
En la educación de los niños y niñas la función que más recalco y recalcaré, porque para mí es la básica de la que parten todas las demás es, “presencia”. Presencia en el sentido más amplio de todos. Presencia cuando les acompañas, presencia cuando les escuchas, presencia cuando reprendes una actitud, presencia cuando les das afecto, presencia cuando haces a la persona protagonista de su proceso, presencia cuando tratas con sus familias. Presencia incluso cuando se elaboran los proyectos de intervención individualizada e informes semestrales. Porque para que sean veraces y efectivos, ha habido que tener mucha presencia educativa para así observar las carencias, virtudes y necesidades de cada uno de ellos y ellas.
Dentro de los equipos de trabajo es fundamental la cohesión y el enfoque unánime. Un hogar no trabaja sin equipo, y menos si el equipo no está correctamente adhesionado y no lo hace en la misma dirección. Además, soy la responsable de formación dentro del equipo.
El Hogar Amigó es un recurso residencial básico gestionado por Fundación Amigó y dependiente de la Diputación Foral de Bizkaia. Actualmente tenemos 10 menores. Una jóven de 15 años y varios chicos con edades comprendidas entre 8 a 19 años. Éste último, a la espera de ser trasladado a un recurso perteneciente al Instituto Tutelar.
De base, para que exista un ambiente familiar en un recurso residencial, es fundamental que las educadoras y educadores que allí trabajan lo sientan. “Lo que no se siente, no se puede transmitir”. Partiendo de aquí, existen aspectos trabajables como dar importancia a la distribución de los espacios para cada menor; así como los espacios comunes.
Una decoración alegre, fotografías en las que ellos/as se sientan reflejados. Un espacio personal donde ellos/as puedan colocar fotografías de sus familias. Que ellos/as participen en pintar o en la elección de la decoración de la casa, facilitará su integración.
Trabajar con ellos/as el valor de la limpieza tanto en espacios propios como en los comunes, es otro aspecto que remarcar.
En cuanto a la protección y seguridad, se entiende que todo va unido. Si el/la menor tiene presencia educativa y se siente escuchado, ello derivará en confianza y no se sentirá tan solo/a o apartado/a. Y si, además, el espacio donde convive ha sido en parte confeccionado por él o por ella, le ofrecerá mayor sentido de pertenencia.
El grupo de iguales es otro aspecto muy importante a recalcar. En el Hogar Amigó las acogidas se trabajan desde antes que el nuevo menor entre por la puerta. Se informa a los/as compañeros/as que un nuevo chico o chica va a llegar, que hay que acogerle con cariño; para ello todo el grupo realiza una pancarta y la casa se decora con globos.
Resulta complicado definir cómo trabajo día a día teniendo en cuenta que cada día depara situaciones diferentes en el trabajo. Pero algo que me define es ilusión y coherencia. Ese es lema que llevo dentro cada día, porque todos somos humanos y tendremos mejor o peores momentos; nos equivocaremos más o menos. Pero si nuestro enfoque al trabajar está basado en la ilusión bajo unas acciones coherentes, creo que podremos dar lo menor de cada uno de nosotros y nosotras.
Nuestro objetivo final es que nuestros chicos y chicas sean felices dando lo mejor de ellos/as mismos/as. De ahí deriva por nuestra parte como educadores, trasmitirle esa ilusión por vivir, de manera honesta, y respetando siempre a los demás.
En mi caso, tomar este camino en la vida no tiene grandes vueltas ni misterios. Desde que tengo uso de razón me han inquietado las dificultades y problemas sociales. Primero la curiosidad por las diferencias a nivel social y más adelante el sentimiento de injusticia social. Al ir fraguándose todo este batiburrillo de ideas dentro de mí, comencé a focalizarlo en voluntariados en Cruz Roja a la vez que era monitora de un Grupo Scout.
Finalmente realice la carrera de Educación Social, complementándola con el postgrado “Integración y mediación con menores en situación de desprotección y/o conflicto social”. Gracias a estas prácticas, en el Hogar Amigó se me dio la oportunidad para trabajar en la Fundación hasta el día de hoy.
Cada día que trabajo en el Hogar puede significar motivo para escribir en estas líneas, sin embargo, hace semanas un adolescente se acercó pidiendo un abrazo y mientras tanto, en bajito, me susurró al ido “Noelia, eres muy buena persona, gracias; quiero ser como tú”.
Hay veces que cuesta vislumbrar algo al final del túnel, y de repente, ahí aparece uno de nuestros chavales con toda su luz, para alumbrarnos de nuevo y recordarnos el por qué estamos donde estamos.
En este trabajo ya no es tanto lo que decimos o hacemos, sino lo que podemos llegar a transmitir a través de nuestros actos y palabras.
Pretendemos que los menores sean protagonistas de su propio proceso, pero sin olvidar que somos nosotros los educadores, los modelos en los que ellos se reflejan día a día.
Los valores que transmito cada día son aquellos que van conmigo, y desde que nací he ido interiorizando y a su vez trasladado a lo largo de mi vida.
De todos ellos los que más valoro y trabajo son: presencia, honestidad, tolerancia y el amor exigente; todos ellos bajo mi impronta y carisma personal.
Tenemos una gran responsabilidad con los niños hoy, que serán adultos en el mañana.
Para mí trabajar en la Fundación Amigó después de más de nueve años es ya un modo de vida más que un trabajo. La implicación que se puede llegar a tener es tan grande que es como una extremidad más de tu cuerpo. Llega a generarse una sinergia muy especial con los compañeros y compañeras, con quienes trabajamos codo a codo.
La década está cerca y aprovecho este formato para dar gracias a mis compañeros y a la directora…
Gracias a todos y a todas, Familia Amigoniana, por ser y por estar: Manoli, Iker, Diego, Raquel, Sandra, Aitor, Jon Ander y Pilar.