Martes veintinueve de octubre de dos mil veinticuatro. Una fecha que permanecerá para siempre en la memoria y en los corazones de cada una de las personas que habitan esta ciudad de Valencia. Y aún menos posible será el olvido y el dolor para las personas de ese puñado de pueblos que ese día fueron llevados , y con ellos toda esa gente , de la furiosa y homicida mano de una meteorología caprichosa y violenta llamada DANA ( Depresión Aislada en Niveles Altos , conocida también como gota fría ) Una definición técnica en el ámbito de la investigación climática desde la que estudiar sus características y mejorar los protocolos de prevención , si bien con apenas forma y consideración de su riesgo en el imaginario de las personas de a pie frente a los desastres que es capaz de provocar. Respecto a definiciones, por cierto, es lamentable ver que cuando quieren informar del riesgo de una DANA lo comuniquen en base a términos del tipo : » emergencia de nivel tres «… o cacofonías verbales similares. ¿ Cuántos de nosotros visualizamos en nuestro cerebro y en nuestro instinto de supervivencia abstracciones semejantes ? Habría que ir más directo al grano del lenguaje coloquial para advertir del peligro de un episodio como el ocurrido ese día en todas esas localidades de la provincia de Valencia. Por no entrar en detalles sobre la penosa y estúpida, por incomprensible, gestión y actuación llevada a cabo desde quienes debieron haber actuado y asistido en tiempo.
Pero no es de la vertiente técnica de la DANA sobre lo que quiero escribir aquí, si no de sus consecuencias y de su gestión en nuestro centro y, aparejada a esa gestión, de la movilización y compromiso ejemplares llevados a cabo por un puñado de educadores y educadoras que, en la tarde de ese fatídico día, se encontraban reunidos en su trabajo para sacar adelante un horario laboral . Y junto a ellos, un grupo de chicos y chicas que en ese momento se encontraban realizando su taller de repaso escolar , de los cuales como trabajadores somos responsables de su cuidado por diferentes circunstancias.
Quiero, asimismo, expresar en esta crónica un detalle para mí significativo y valioso que surgió como extensión de esa reunión y que nada o casi nada tuvo que ver con lo agendado en la misma, no sin antes, como comentaba , relatar brevemente lo que fue siendo esa tormenta en el transcurso de la jornada y las impresiones sin duda por todos compartidas, aun cuando el impacto de lo acontecido dibujará dentro de cada uno emociones propias y personales vivencias.
Durante la reunión vimos como empezaba a llover de una forma torrencial, lluvia y torrente que continuó prácticamente el resto de la tarde. La cantidad de lluvia era tan abundante y tan intensa que, al cabo de unas dos horas, había convertido el tramo de calzada que hay fuera del edificio, en el entorno del polígono industrial de Lorigulla/ Ribarroja, donde ahora tenemos instalado de forma provisional el centro del Cabanyal, en un auténtico río. Señalar que esa calzada ocupa , de un extremo a otro , más o menos unos trescientos metros de longitud y su ancho, de unas naves a las de enfrente, unos diez o doce metros contando las aceras.
Una vez acabada la reunión, y ajenos por completo a lo que se nos venía encima, empezamos a darnos cuenta de que estábamos frente a algo que no era una tormenta cualquiera que se hubiera prolongado más de la cuenta. Y lo que se había convertido en un río ya arrastraba contenedores de basura y , poco después , vehículos de todo tipo así como fragmentos de muros, palés, grandes ramas partidas y una cantidad incesable de objetos y de vegetación. Entre los vehículos estaban los de muchos compañeros de trabajo, así como dos furgonetas que pertenecían al centro educativo . Hubo un momento en que el caudal de agua de ese inesperado río cubría casi por entero a los vehículos.
En estos momentos, mientras empezábamos a hacernos una idea de lo que ocurría y prepararnos para ello, nos percatamos de que cuatro educadores habían salido poco antes para intentar subir los coches a las aceras con el fin de evitar su arrastre o , incluso , guarecerse en el vehículo y esperar a irse. Uno de ellos tenía pendiente una intervención quirúrgica al día siguiente.
Estuvimos aproximadamente dos horas sin saber nada de estos compañeros pues, o bien se habían dejado el teléfono en el centro o bien no podíamos comunicarnos por falta de cobertura. Fueron unos momentos angustiosos, de impotencia y de una inquietud que empezaba a rayar en la desesperación, pues a esas alturas ya comprendíamos claramente lo que estaba ocurriendo y el peligro que ello comportaba.
Afortunadamente, pasado ese tiempo pudimos comunicarnos con ellos. Estaban a salvo, guarecidos en una especie de puesto o caseta de entrada a una nave al que habían entrado ayudados por unos trabajadores que felizmente se encontraban allí. Poco después los teníamos en casa.
Llegados a este momento, la planta baja del centro ya estaba con un nivel de agua de cerca medio metro de altura y, papeleras, sofás y otros enseres flotaban con una cadencia y con una lentitud agobiantes. Igualmente intranquilizadora era la incertidumbre respecto al imprevisible aumento de caudal de agua y a sus consecuencias. En este sentido, y mientras empezaban a desarrollarse los acontecimientos antes descritos, hubo un momento en el que nos encontrábamos con los chicos en un taller ( las chicas se encontraban en la segunda planta con sus educadoras ) pues pretendíamos transmitir la mayor normalidad posible de cara a ellos. Aún no se hacían una idea realista de lo que ocurría y de las consecuencias que podría acarrear; y en la sala donde impartíamos ese taller, casi de repente, vimos cómo el agua salía más rápida cada vez hacia la sala de los ya desbordados retretes a cusa de la presión, empujada desde el alcantarillado y desde las tuberías , los cuales ya no daban a basto . Lo mismo sucedía en los retretes de otras salas y de otros despachos.
En este momento lo que hicimos a continuación fue rescatar la mayor cantidad posible de provisiones de la cocina al tiempo que organizar actividades lúdicas y de entretenimiento con los chicos y chicas, los cuales se mostraron colaboradores y con una disposición de ánimo y de conducta, como antes señalé, ejemplares.
A pesar de la falta de agua y de luz, pues las luces de emergencia tienen un tiempo de funcionamiento determinado, pasamos la noche alumbrados con nuestros teléfonos móviles y una pequeña linterna, así como al tenue y delicado resplandor de dos velas, singularmente hermosas en su humilde luz , con las que compartíamos historias y anécdotas de miedo junto a los chicos y desde las que mi imaginación, habiendo visto que no seríamos engullidos por el agua en la segunda planta en la que ya nos encontrábamos todos a resguardo, fue transportada a imágenes que bebían del recuerdo de pasadas épocas, en las que las casas eran habitadas con moradores y con familias que compartían su compañía y su calor al resplandor cálido y discreto de una sencilla luminosidad.
Así, finalmente, amaneció. Y creo que en este punto sería muy difícil traer aquí palabras con las que describir el torbellino de emociones que transitaban por cada uno de nosotros, así como para definir siquiera aproximadamente los gestos impresos en nuestros rostros y en los de las personas que iban llegando al lugar, convertido en unas pocas horas en algo desoladoramente extraño, y del que emanaba una impotencia y una tristeza que hacían casi imposible extraer el ánimo suficiente con el que poder asimilar ese repentino y brutal cambio de escenario. Era la imagen de algo apocalíptico, como una realidad irreal , lo más parecido a la noción de destrucción, todo el entorno repleto del amasijo de los vehículos, camiones volcados, sonidos aislados de alarmas de emergencia que fueron casi todas inútiles, suciedad y aguas residuales en forma de lodo y barro amontonados de forma dispersa y desordenada, trabajadores del área aplastados por la fatiga y por el susto, por el temor que genera una situación imprevista e implacable de supervivencia… rostros en los que se veía el abatimiento y la desorientación para comenzar una rutina diferente e impuesta desde la que moverse en un espacio que ya nada tenía que ver con el de unas pocas horas atrás. La desasosegante preocupación por alguna posible víctima, pues poco a poco se abría en nuestra conciencia y en la realidad que nos circundaba la magnitud del desastre que había ocurrido y del que, lamentablemente, no era si no el negro preludio de lo que aún vendría después.
Poco a poco, a lo largo de la jornada , fue viniendo una incompleta normalidad. El resto de la mañana lo dedicamos a limpiar lo posible la planta baja del edificio, cosa que logramos con no poco esfuerzo gracias al compromiso y al buen hacer de todos los que estábamos allí, empezando por nuestros chicos y chicas los cuales mostraron un saber estar a las circunstancias más que loable. Gracias también a todo el equipo educativo , a la chica del personal auxiliar que nos acompañó y asistió en todo momento.
Gracias a todos y a todas.
Poco más podría significar de lo sucedido, principalmente porque me dejaría multitud de detalles, y porque en esta crónica es mi mano y mis impresiones las únicas que escriben, cuando cualquiera de nosotros podría aportar su visión y otras tantas cosas de las que puedo no ser consciente.
Por ello pues, en este punto, quiero traer ya a colación el, para mí , valioso detalle surgido de la reunión al que antes me referí , el cual, como decía anteriormente, nada tiene que ver con ningún resultado o acuerdo derivado de la misma, como suele ocurrir en la mayoría en estos casos.
Señalar que, como es sabido, en toda negociación existen intereses y tensiones inevitables, en ocasiones hasta el extremo de tensas recriminaciones, de insatisfacciones que están latentes mucho tiempo y que son expresadas a través de un punto de verbalización que roza el conflicto, por expresarlo de alguna forma. Surgen suspicacias, recelos, actitudes y gestos de rechazo … si bien persiguiendo siempre el objetivo de un diálogo ,de una solución , de un entendimiento compartido que ponga remedio a la cuestión de que se esté tratando.
Un poco de todo esto ocurría en esa reunión , en su fase final concretamente, si bien entre todos logramos eludir enquistarnos en este terreno y estar, una vez más , a la altura de las circunstancias.
Dicho esto, sin embargo, con lo que ocurrió después, ¿quién se acordaba de todo ello , de las tensiones y los agrios desacuerdos, incluso del interés de cada uno respecto al motivo y objetivos de esa reunión? Casi todo pasaba a un segundo plano. Casi, pues late en estas situaciones la natural preocupación también por los que no están, por nuestras familias y amigos.
En este nuevo e inesperado ambiente de supervivencia, no obstante, prevaleció la preocupación y el cuidado de cada uno por cada uno de nosotros. Qué
alucinadamente real es que cuando se presentan circunstancias que ponen en peligro la integridad física y la vida de las personas que viven esas circunstancias, esas personas aparcan cualquier prioridad, interés o animadversión y se entregan de lleno al cuidado y a la salvaguarda de cada una de ellas.
No es la primera vez que nosotros como equipo, en el que la mayoría llevamos juntos muchos años, nos hemos enfrentado a situaciones difíciles. Y, salvando lógicamente cualquier intento de comparación con lo ocurrido por esta terrible DANA, hemos lidiado, incluso desde el desacuerdo, con esas situaciones complicadas y conflictivas, participando en ellas según los recursos personales de cada uno así como de los recursos organizativos de cada momento.
Quiero quedarme con esta lectura de las cosas, si bien no soy lo suficientemente ingenuo para saber que habrán cosas que dificultarán acuerdos, que harán difíciles acercamientos entre las diferentes partes, que cada uno tiene sus propias lecturas respecto al funcionamiento del recurso en el que presta sus servicios. Y también que , a pesar de ello, presta su compromiso y su ayuda en el mismo ámbito, arrimando el hombro más que nunca . Somos un grupo de educadores y educadoras inevitablemente referentes del nuevo y joven personal. Jóvenes que se incorporan desde la facultad o desde sus primeras experiencias de trabajo en este ámbito de la educación social. Y somos referentes por supuesto de los educandos con los que trabajamos y con los que establecemos vínculos significativos y valiosos.
Esta labor, en fin , junto al compañerismo y al cuidado que por cada uno de nosotros fuimos capaces de mostrar en una situación que podría haber sido mucho más grave todavía, son reflejos más que suficientes para tratar y gestionar desde otro talante cualquier desacuerdo o insatisfacción. Por bien propio. Por bien de grupo y del ambiente en el entorno en el que trabajamos. Y , ante todo, por todos los chicos y las chicas por los que damos lo mejor como educadores y como personas, a pesar de todo y a pesar , incluso , de nosotros mismos.
Gracias a todos y a todas. Y recibid un abrazo muy fuerte, de corazón.
Fernando Parrondo
Educador en la Residencia Socioeducativa Cabanyal